Una vez más la soledad agobia, asfixia y parece cubrirlo todo con su manto invisible. Esa invisibilidad relativa que, al igual que el viento, solo podemos sentirla y percibirla por sus efectos. ¿Cuántas historias deben quedar inconclusas para construir un destino? Los pequeños errores pesan tanto, pero nadie aprende jamás por las experiencias ajenas. La experiencia es no cometer los mismos errores, más bien, cometer algunos nuevos. Seguir cayendo y seguirse levantando. Pero este caer va dejando pequeñas y grandes heridas, que tardan en cerrarse, algunas jamás lo hacen, otras simplemente siguen doliendo en el tiempo, en el alma, aunque por fuera no tengamos indicios de ellas.
¿La vida es una sola? Si es así, entonces podríamos dividirla en pequeñas vidas. Ciclos, que al recordarlos, parecen una película, parecen vividos por alguien más. Simplemente no somos los mismos. A veces, nos llenamos de asombro con las cosas que hemos realizado. Las metas sufren las mismas transformaciones, cuando creemos que las hemos alcanzado, creamos nuevas, o las mismas han cambiado, se han ajustado y ya son otras. Solo cambiamos si de verdad lo deseamos, nadie puede obligarnos, ni apresurarnos.
Recorrer este camino de la mejor manera, con honestidad y dignidad, cerrar esas heridas, adaptarnos a los cambios, perdonar. Es una manera de vivir. Es el dominarnos a nosotros mismos y aceptar las cosas que no podemos cambiar. Solo tenemos control sobre nosotros mismos y sobre nuestros destinos. Si todo lo anterior es cierto ¿amar es aceptar?
Reinaldo Durán R.
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